miércoles, 9 de mayo de 2007

Subir para arriba y bajar para abajo

Los hispanoamericanos nos acusan de no pensar en lo que estamos haciendo cuando, por ejemplo, decimos “subir para arriba” o “bajar para abajo”, y no les falta razón: ‘subir’ presupone siempre ir hacia arriba, y ‘bajar’ implica también necesariamente la realización de un recorrido hacia abajo. Si ello es así (y no creo que nadie lo dude) resulta evidente que cuando se sube se va hacia arriba y cada vez que se baja se va hacia abajo, siendo imposible hacerlo al revés. De donde, se mire por donde se mire, no sé si pensaremos o no en lo que estamos haciendo, pero al decir que subimos para arriba o que bajamos para abajo incurrimos, en mi opinión, en un evidente pleonasmo, esto es, en “demasía o redundancia viciosa de palabras”.

martes, 17 de abril de 2007

Estar en posesión y estar en poder

Estar en posesión y estar en poder

Un defecto en el que incurrimos con demasiada frecuencia consiste en utilizar “estar en posesión” cuando deberíamos decir “estar en poder”, y viceversa.
El ejemplo más claro quizá sea el que se da a todas horas en las retransmisiones de los partidos de fútbol: se trate del locutor más famoso o del más desconocido, será un milagro que no nos diga en varias ocasiones que “Fulanito está en poder del balón”, cuando eso es absolutamente imposible: el balón podrá estar en poder de Fulanito o, lo que es lo mismo, Fulanito estará en posesión del balón, pero jamás puede suceder lo contrario. Salvo claro está, que se trate de un balón tan innovador que tenga iniciativa y pueda actuar por sí mismo, esto es, que haya dejado de ser una cosa para convertirse en persona.
En efecto, la posesión es el “acto de poseer o tener una cosa corporal con ánimo de conservarla para sí o para otro”, y, no siendo capaz de tener ánimo o intención de nada, mal puede un balón poseer nada; en cambio, sí estará en posesión de Fulanito si ha caído en su poder, pues “estará sujeto a su dominio o voluntad”.

lunes, 19 de marzo de 2007

Caer y tirar

Con relativa frecuencia se acusa a los habitantes de las zonas central y occidental de la meseta castellana de usar mal el verbo “caer”. Por ejemplo, es muy frecuente en dichas zonas decir “se ha caído el vaso” cuando, por un empujón o golpe involuntario, o por cualquier descuido, hemos tirado algo al suelo. A juicio de mucha gente, eso constituye una incorrección grave porque “caer” es un verbo intransitivo: una cosa puede caerse sola, pero yo no puedo caerla; lo que puedo hacer es tirarla. Voluntaria o involuntariamente, pero siempre tirarla y no caerla. Sin embargo, tal incorrección no existe: es cierto que “caer” es un verbo intransitivo, pero no que lo sea siempre: de las 29 acepciones que recoge el DRAE en su 22ª edición, las 25 primeras lo describen como verbo intransitivo, pero las dos siguientes lo hacen como transitivo: la 26 lo define como “dejar caer”, y la 27 como “tirar o hacer caer”.

lunes, 12 de marzo de 2007

Uso de las comillas

En nuestro idioma utilizamos tres tipos distintos de comillas: las comillas angulares, también llamadas latinas o españolas (« »), las inglesas (“ ”) y las simples (‘ ’). Las comillas inglesas y las simples se escriben en la parte alta del renglón, mientras que las angulares se escriben centradas. En cuanto a su uso, no existe ninguna orden concreta, pero se recomienda utilizar en primera instancia las comillas angulares y reservar los otros tipos para cuando deban entrecomillarse partes de un texto ya entrecomillado. En este caso, las comillas simples se emplearán en último lugar: «Antonio me dijo: “Vaya ‘cacharro’ que se ha comprado Julián”». Las comillas se escriben pegadas a la primera y la última palabra del período que enmarcan, y separadas por un espacio de las palabras o signos que las preceden o las siguen; pero si lo que sigue a las comillas de cierre es un signo de puntuación, no se deja espacio entre ambos.

sábado, 3 de marzo de 2007

Dobles participios

Cuando Paladín nos planteó su idea de abrir un cuaderno en el que pudieramos dedicar nuestros escritos a la defensa del idioma, me pareció estupendo por varias razones. Entre todas ellas, la que más pesaba es que soy una de esas personas que defiende que, si bien es lógico -y quizás necesario- que el idioma vaya cambiando y flexibilizándose con el uso, no debemos pasar por alto su mala utilización; y menos si los que lo utilizan mal son gente cuya influencia llega a las masas, como es el caso de los periodistas y los políticos.

Sin embargo, hoy debo romper una lanza en favor de un periodista del que me reí, taché de inculto y hubiera despedido de ser yo su jefe hace unos días mientras leía su artículo.

El periodista dedicaba su escrito a un curso de cocina para hombres que se estaba dando en uno de los pueblos de la provincia, y en él podía leerse la frase que, erróneamente, provocó mi indignación: "...de cocina para hombres, muchos de los cuales no han freido nunca un huevo.

Digo "erróneamente" porque, según la RAE, el verbo freir tiene dos participios, uno regular (freido, cosa que yo ignoraba) y otro irregular (frito) y, aunque el participio irregular es el que más comúnmente se utiliza, el otro participio puede igualmente utilizarse para formar los tiempos compuestos.

Por lo tanto, debo reconocer mi error y pedir humildemente perdón.

viernes, 2 de marzo de 2007

Patadas al diccionario

Cuando abres un periódico lo normal es que te lleves un disgusto por la cantidad de patadas que a través de ellos recibe el diccionario. Pero lo que me he llevado esta mañana al leer "El Adelanto" ha sido una gran alegría, pues en su página de opinión aparecía un artículo con el mismo título que esta entrada, y en él el periodista se quejaba, precisamente, de lo mismo que nosotros: de las gravísimas incorrecciones lingüísticas que se cometen a través de los medios de comunicación.
La alegría fue doble, pues da la casualidad de que ese periodista era amigo mío hace muchos años, y hace más de cuarenta que no sabía nada de él.
En el artículo en cuestión aparecen tres ejemplos de frases mal utilizadas y muy frecuentes en los medios radiotelevisivos: 'estar arropado por Fulanito y Menganito', 'estar reunido' y 'vestir ropa divertida'; no me resisto a remedarle.
El DRAE contiene tres acepciones distintas del verbo 'arropar'; la primera es "cubrir o abrigar con ropa", y desde luego no es aplicable al caso. Tampoco lo es la segunda ("cubrir, abrigar"), que es casi idéntica a la anterior. Con lo cual, por eliminación, la frase en cuestión ha de referirse a la tercera acepción. Pero dudo mucho de que Fulanito y Menganito sean dos bueyes utilizados como cabestros, y más aún que la persona supuestamente 'arropada' sea una res brava, pues ése es precisamente el significado de la tercera y última acepción: "dicho de los cabestros: Rodear o cercar a las reses bravas para conducirlas".
Una buena parte de las veces que intentamos hablar por teléfono con un "ejecutivo" (la proporción de ocasiones en que ocurre aumenta exponencialmente cuanto más alto es el cargo y menor la categoría del que lo ocupa), sólo conseguimos que su secretaria nos diga que "está reunido". La sexta acepción que el DRAE recoge del verbo estar, y que creo que es la aplicable, dice que consiste en "hallarse en un determinado estado", y pone como ejemplos estar triste, rico, sordo, convencido, satisfecho; dado que "reunir" es volver a unir algo que previamente se había separado, lo que realmente significa "estar reunido" es que la persona de que se trate vuelve a tener unidas las partes de su cuerpo. Y no creo que esto sea lo que pretendía transmitir el periodista.
En cuanto al tema de la ropa divertida, ¿de verdad es posible que una ropa sea divertida? Como en "El Adelanto" se dice, la ropa de vestir nunca es divertida o aburrida porque la diversión y el aburrimiento son "consecuencia de una acción prolongada": puedes divertirte o aburrirte viendo un desfile de moda, pero lo que te divierte o aburre es el desfile, no la ropa.

viernes, 23 de febrero de 2007

Laísmo, leísmo y loísmo

Entre las incorrecciones que cometemos con más frecuencia al hablar y al escribir, sobre todo en las zonas central y noroccidental de Castilla, se encuentran muy posiblemente el laísmo, el leísmo y el loísmo. Los tres tienen en común que consisten en la utilización de pronombres átonos (‘la’, ‘las’, ‘le’, ‘les’, ‘lo’ y ‘los’) con una función que no les corresponde, pues se usan como complemento directo los que están destinados a serlo como complemento indirecto, o viceversa. Los seis pronombres provienen del latín. 'La' y 'las' lo hacen, respectivamente, de illam e illas, que son formas de acusativo; y el acusativo es el caso de la declinación latina en el que se expresaba el complemento directo, consistendo el laísmo precisamente en utilizarlos como complemento indirecto.
'Le' y 'les' proceden, en cambio, de las formas latinas de dativo 'illi' e 'illis', y el dativo es el caso de la declinación latina en el que se expresaba el complemento indirecto. El leísmo es el caso opuesto al laísmo, ya que consiste en usar los pronombres indicados haciendo la función de complemento directo. Es decir, que se utilizan 'le' o 'les' en funciones de complemento directo, en lugar de utilizar 'lo' (para el masculino singular o neutro), 'los' (para el masculino plural) o 'las' (para el femenino). La expuesta es la regla general sobre el leísmo pero, debido a su extensión entre hablantes cultos y escritores de prestigio, se admite el uso de 'le' en lugar de 'lo' en función de complemento directo cuando el referente es una persona de sexo masculino: «Tu padre no era feliz. [...] Nunca le vi alegre». Sin embargo, el uso de 'les' por 'los' cuando el referente es plural no está tan extendido como cuando el referente es singular, por lo que se desaconseja en el habla culta: «Casi nunca les vi con chicas». El leísmo no se admite de ningún modo en la norma culta cuando el referente es inanimado («el libro que me prestaste le leí de un tirón», o «los informes me les mandas cuando puedas». Y tampoco se admite, en general, cuando el referente es una mujer, pues se prefiere la utilización de 'la'. Por su parte, 'lo' procede de las formas latinas illum (masculino singular) e illud (neutro singular), y 'los' de illos (masculino plural); las tres son formas de acusativo, que es el caso destinado en la declinación latina al complemento directo. Y se incurre en loísmo al utilizar los pronombres indicados en funciones de complemento indirecto masculino (de persona o de cosa) o neutro (cuando el antecedente es un pronombre neutro o toda una oración), en lugar de usar 'le' o 'les' como sería lo correcto. Con lo que, en el fondo, es muy semejante al laísmo.
Como ejemplos de estas tres incorrecciones pueden servir los siguientes: Laísmo: «La di un beso a Josefa», en lugar de «Le di un beso a Josefa».
Leísmo: «Juan, según dicen quienes le vieron...», en vez de «Juan, según dicen quienes lo vieron...».
Loísmo: «Lo di mi autorización » o «los dije que no se movieran de aquí», en lugar de «le di mi autorización» o «les dije que no se movieran de aquí».
Se aprecian usos loístas (y laístas) más frecuentes, incluso entre hablantes de cierta cultura, con verbos que se construyen con un sustantivo en función de complemento directo y que se comportan como semilocuciones verbales. Son casos del tipo de "echar un vistazo", "prender fuego", "sacar brillo", etc. La secuencia formada por el verbo más el complemento directo puede ser sustituida normalmente por un verbo simple de significado equivalente, que lleva como complemento directo el elemento que funciona como indirecto en la semilocución: echar un vistazo [a algo (complemento indirecto)] = mirar u ojear [algo (complemento directo)]; prender fuego [a algo (complemento indirecto)] = quemar [algo (complemento directo)]; ello explica estos casos de loísmo que, no obstante, deben evitarse: «Acabo de terminar el trabajo, échalo un vistazo si puedes», o «una vez recuperados los informes, los prendieron fuego»; debió decirse «échale un vistazo» y «les prendieron fuego». No deben confundirse estos casos con los de verdaderas locuciones verbales formadas por un verbo y un sustantivo, como ‘hacer añicos’ o ‘hacer polvo’, cuyo complemento sí es directo: «Tiró el jarrón y lo hizo añicos»; «la noticia de la muerte de Pedro los ha hecho polvo».

Pero todo lo anterior es teoría, y creo que nos interesa más la práctica, pues las dificultades surgen a la hora de saber si estamos utilizando como complemento directo o indirecto cada uno de los pronombres a que venimos refiriéndonos. A este respecto, únicamente puedo dar el mismo consejo que me dieron cuando estudiaba Bachillerato, y ya ha llovido desde entonces: se parte de uno de los ejemplos puestos más arriba («La di un beso a Josefa»/«Le di un beso a Josefa», «Juan, según dicen quienes le vieron...»/«Juan, según dicen quienes lo vieron...», «Lo di mi autorización» o «los dije que no se movieran de aquí»/«le di mi autorización» o «les dije que no se movieran de aquí»), y se hace uno la pregunta que, de entre las siguientes, corresponda según el ejemplo elegido:
Para el primer caso, la respuesta a ¿a quién di el beso? nos indicará un complemento indirecto –‘Josefa’. Consecuentemente, el pronombre que debería sustituir a Josefa sería ‘le’, y no ‘la’ .
En el segundo ejemplo la respuesta a la pregunta ¿a quién vieron? (que, si no se tratase de una persona, sería ¿qué vieron?) contiene el complemento directo. Como vieron a Juan, él es el complemento directo y le corresponde el pronombre ‘lo’.
En cuanto a las dos posibilidades del último supuesto (que es doble por abarcar el singular y el plural), las preguntas son: ¿a quién di mi autorización? y ¿a quién dije que no se moviera?. Las respuestas a las dos contienen complementos indirectos; consecuentemente, como el ‘lo’ y el 'los' empleados están sustituyendo a las personas a quienes di la autorización o dije que no se movieran (y que están sobreentendidas, pues en las frases no se concretan), debía haberse empleado en su lugar ‘le’ y 'les' por estar haciendo funciones de complemento indirecto.